Baila a tu manera

Autora: Laura Szwarc

Chicos bailando

«El sitio de la danza está en las casas,
en las escuelas, en la vida toda».

Maurice Béjart


«El cuerpo humano realiza proezas, posee gracia,
picardía, dignidad y otras muchas capacidades,
pero también resulta intrínsecamente trágico
como no lo es ningún cuerpo de animal
(ningún animal está desnudo)».

John Berger


En continua exposición. Coreógrafos constantes, bailarines: eso somos las 24 horas del día, sabiéndolo o no. Cada cuerpo, público y privado, en variaciones. En la quietud y el movimiento.

El cuerpo habla por nosotros. ¿Cómo, quién, dónde? Mi cuerpo, posible de ser tocado por mí y por otros, ¿dónde está? Me envuelve, me abriga, ¿me domina? A la vez, ¿quiénes dominan mi cuerpo? Corporeidad/carnalidad en permanente cambio. Sigo diciendo «mi cuerpo» a éste de ahora que ha desplazado a aquél que balbuceaba, que aprendía a caminar, a éste de hoy ya tan distinto…

«Yo soy otro» decía el joven poeta Arthur Rimbaud. ¿Sólo otro o múltiples otros?, le preguntaría. Porque el cuerpo me hace, me es, me tiene y a la vez es dominado, colonizado, según el lugar que haya nacido, el grupo social al que pertenezca, el estudio y el trabajo que haga, según el clima, según las miradas recibidas que nos sostienen o nos hacen caer. Así, la mirada toca.

Al poner la palabra «tocar», aparece lo palpable e impalpable. Puedo tocar tu mano, pero no puedo tocar tu movimiento ni tu palabra. Sí puedo hacerlo metafóricamente: una palabra que me lastima, me hiere, me «da en el hígado». Una frase desagradable me quiere hacer llorar, me aguanto y «me atraganto».

Al trabajar, los cuerpos hacen las diferencias. Quienes están trabajando en una fábrica ocho horas o más, reiterando un mismo gesto, están en esa forma de encierro. Los vendedores, sin sentarse durante horas, quietos, adquieren otro modo de moverse.

Quienes están en las escuelas, maestros y alumnos, en quietud durante las horas del aula y en un desparramarse, arrojarse, en los intervalos de recreo. Encerrados en nuestro cotidiano. También estamos muchas veces encerrados en un puñado de prejuicios y dogmas.
 


Nosotros podemos olvidarnos del cuerpo. Pero el cuerpo no se olvida de nosotros. Los cuerpos siempre hablantes. Pero, ¿qué tiene esto que fuimos nombrando que ver con la danza, con el baile? Es que creemos que somos- todos- bailarines. Solo que no estamos «en estado de baile». Para ello, para reconocer los cuerpos de otro modo, es que proponemos un espacio (¿más pequeño que el mundo?), un espacio para «saber» de cada uno (de ese otro auxiliar y semejante). Y reconocer los objetos en el contexto que nos toca, no dejarlos en aislamiento sino construir un lazo con la posibilidad de no (solamente) ser utilizados, sino utilizar. Lograr una cohesión con las cosas y sobre todo, una cohesión con los otros.

Podríamos decir (en un parafraseo heideggeriano) que tenemos el poder de movernos no porque tengamos cuerpo sino porque somos seres que andamos verticales y, como dice Tomás Sánchez Criado en su artículo «Hacer cuerpo», contamos con «un cuerpo que quizás tengamos que redistribuir, lo que es tanto como aceptar que tendremos que pensar entre todos, en común, lo que nos pasa».
 


Consideramos que es en el acontecer de la danza donde se puede captar la manifestación corporal y, tanto en su desobediencia (a un impulso, a un mandato, a un supuesto saber) como en su desplegarse/recrearse, alcanzar otro tiempo y espacio, una distribución «nueva» que, sin embargo, hace al reconocimiento de algo singular, el ritmo (que es como la propia respiración).

El entrenamiento de la danza, a su vez, implica una disciplina, y produce un oxímoron, dado que es una disciplina liberadora y, del mismo modo en que repetimos los actos cotidianos, hay en el hacer dancístico una repetición de movimientos y gestos que implican una comprensión. No una repetición que implica hacer otra vez lo mismo, sino que eso mismo es diferente porque se le da vida cada vez. (Así, del danzar como arte escénico se produce otro oxímoron: una danza en el escenario es única cada vez, es fugaz y sin embargo, penetrante: queda registrada en la memoria.)

El cuerpo como materia danzable se amplía sobre sí y sobre los otros. Las posturas se modifican hasta acceder a otra forma discursiva. Cada parte del cuerpo, eso metonímico que hace a un todo, se afirma, se metaforiza. Esa danza gira hacia el cuerpo social y nos inscribe entre las cosas del mundo. Y es en ese «entre» donde además de coreográficos, los cuerpos se vuelven geografía y arquitectura.

Al bailar fluyen los cuerpos: hacen música. Comunican lo que cada uno «interpreta», lee, ve, escucha.

Yo bailo / tú bailas / nosotros bailamos.

En cada instante, por ejemplo: sentados en la consulta médica, en el metro, o al atarnos los cordones. O bien, si nos encontramos en una manifestación, vemos personas, cuerpos caminando, brazos arriba, bocas abiertas; podríamos hacer una pausa en esa coreografía, suponer una foto. Si luego hago un play, esa coreografía se modifica y puedo guiarla hacia otra dirección, hacia otro plano. Puedo mirar más y ver un grupo meciéndose en una patera, o (como hizo Agnès Varda) las espigadoras en las cosechas.

Quizás necesitemos de acciones a aprehender, ensayar, dirimir, a través de talleres/trayectos que nos participen el cómo del «hacer baile» en el cuerpo colectivo a modo de los que viene realizando Akántaros en sus investigaciones acerca de la descolonización y desmecanización del cuerpo.
 


Tan cerca, tan lejos. Ampliación del concepto de baile. Y el cuerpo, que de múltiples maneras es expuesto, es bien y maltratado, es capaz de arte. A medida que amplía artísticamente el mundo, lo expande y se expande. Entonces el baile como una apertura de fronteras; el movimiento como una construcción de sentidos. Un hecho de creación. Se trata, cada vez, de un suceso.

Por ello, baila a tu manera.