Cómo hacer una asamblea

Hay asambleas en todas partes, allá donde miremos podemos encontrar un encuentro asambleario. Un partido de fútbol es una singular asamblea que dirime a base de puntapiés un sencillo asunto: cuál de entre los dos equipos es más diestro. Podríamos argumentar que cada vez que asistimos al teatro nos reunimos en una asamblea, ciertamente una de tipo pasivo donde poco aportamos. Y después están las asambleas formales rodeadas de suntuosidad y boato: aquellas que ocurren en los parlamentos (así nos lo recuerda vivamente Francia, donde su cámara de representantes recibe el nombre de Asamblea Nacional Francesa).

Quizás esto sea llevar al extremo el significado de la asamblea, pero el ejercicio ayuda a identificar un asunto compartido por todas esas situaciones que reúnen a propios y extraños: dirimir públicamente algún asunto común. En un caso se trata de determinar cuál es el mejor equipo, en el otro descubrir el desenlace de la trama o es el resultado de la votación de turno.

Ilustración: Enrique Flores

El punto de partida de esta guía es sencillo: la asamblea es una forma de dirimir asuntos compartidos. O también una manera de hacer que determinados asuntos sean públicos de tal forma que otros y otras se sientas concernidos por problemáticas ignoradas o marginadas:

  • alumnos y alumnas que se agrupan en clase para reclamar mejoras en su colegio;
  • personas desahuciadas que logran hacer visible la injusticia de las leyes hipotecarias;
  • o minorías desfavorecidas que reclaman un cambio en sus condiciones de vida.

Ahí reside el gran logro y potencia de las asambleas, no sólo decidir sobre asuntos que nos preocupan sino lograr que nos comiencen a preocupar cuestiones que ignoramos. Dicho de otra manera, el logro mayor de una asamblea es construir asuntos públicos.

Entre tantas asambleas podemos encontrar tipos muy diversos de encuentros. Cada momento histórico tiene sus formas específicas de asamblearse:

  • en mitad de un ágora griega poblada solo por hombres patricios (solo hombres);
  • junto a un árbol centenario en la forma de concejo;
  • o en encuentros de vecinos asociados y preocupados por su barrio.

Y dentro de cada momento histórico hay siempre múltiples modalidades de asambleas. Nada tiene que ver la reunión parlamentaria de unos diputados con una asamblea en la calle, ni la asamblea general de los accionistas de una compañía con la reunión de alumnas en un colegio. Cada una de esas asambleas es diferente por el lugar donde se realiza, la composición de sus participantes o los asuntos que dirimen en ellas. Y esto se evidencia en los procedimientos, espacios e infraestructuras a través de las cuales se desarrollan.

Este manual pretende aportar algunos recursos que ayudan a reunirnos, debatir, dialogar, enfrentarnos (dialécticamente), discrepar (pero no gritar)… Recursos para asamblearse, para organizar encuentros asamblearios, que no sólo nos permiten discutir cosas en común sino construir asuntos comunes. La asamblea que describiré es una que no solo se hace cargo de asuntos públicos que nos conciernen, sino que los fabrica y los airea, los vocea y hace públicos. Una asamblea que no produce únicamente consensos o proporciona soluciones, sino que revela disensos productivos y construye problemas compartidos.

Foto: Julio Albarrán

El fin de la asamblea: hacer los asuntos públicos

La asamblea llegó a su fin tras más de tres horas de duración. Había sido un encuentro largo en el que tuvimos una discusión intensa, a pesar de lo cual todo el mundo se marchaba satisfecho. Nos habíamos extendido hasta las 14:30, media hora más del tiempo fijado, así que algunas personas habían comenzado a abandonar la reunión antes de su finalización, porque apretaba el apetito y los compromisos para el almuerzo. Ocurría normalmente, y por ello los moderadores solían apresurar el cierre cuando se acercaba la hora pactada para el final. Si surgían temas que suscitaban debates acalorados, sugerían diferirlos para otra sesión y, si los debates abiertos se alargaban, trataban de sintetizarlos para cerrarlos en tiempo. Habíamos aprendido que un elemento central para que la asamblea cumpliera con sus fines era finalizarla en el tiempo pactado a su inicio. Si no lo hacíamos así, los debates finales se desarrollaban únicamente con quienes tuvieran más resistencia. Y, los que se iban sin el cierre, se marchaban sin el buen sabor de boca que éste solía dejar.

Nos habíamos reunido aquella mañana en el parque habitual donde celebrábamos nuestras asambleas, en una zona con amplias gradas de hormigón situadas bajo una gran sombra arbolada. Sólo allí resultaba llevadero el calor estival y, pese a que preferíamos ese espacio, lo alternábamos con asambleas vespertinas en una plaza cercana. El cambio tenía su lógica: un sábado la asamblea se celebraba por la mañana y el siguiente por la tarde, de manera que las personas con compromisos en alguna de esas franjas (trabajo, familia, etc.) pudieran asistir. El cambio de espacio tenían también su razón de ser: aunque el parque era un espacio especialmente cómodo y agradable, estaba en un lugar poco visible. Por ello habíamos decidido celebrar asambleas en la plaza para dar publicidad y hacer accesible las reuniones. Ese asunto, el lugar de reunión, suscitaba siempre intensas discusiones y era uno de los temas a los que prestábamos gran atención.

Al comienzo de la asamblea, la moderadora había seguido la liturgia habitual. Dio una bienvenida calurosa, expuso el orden del día y preguntó si había temas que añadir. Se arrancó a comenzar pero alguien le recordó que debía repasar el lenguaje de signos que solíamos utilizar para comunicarnos en la asamblea (muñecas cruzadas para bloquear consensos, manos en forma de T para hacer una aclaración, etc.). Los temas preparados para la asamblea en una reunión previa eran pocos y sencillos, así que pensamos que la reunión sería breve, pero algunas personas plantearon varios asuntos que después desencadenaron intensos debates. Como ocurría habitualmente, la asamblea era siempre una sorpresa y, al final, nunca sabías qué asuntos serían controvertidos y requerirían tiempo para el debate. Las dos moderadoras que se alternaron se esforzaron por ordenar los debates, evitar los ataques personales y sintetizar las discusiones destinadas a tomar consensos. En varias ocasiones se estancaron los debates, parecían no avanzar así que el grupo de facilitación intervino. Se apartaron del círculo principal con las personas involucradas en la discusión y trataron de pergeñar con premura un consenso con ellas que después trajeron de nuevo a la asamblea y fue ratificado en un caso y rechazado y diferido para la siguiente asamblea en otro.

Para muchos asistentes, el fin de la asamblea no era necesariamente la producción de consensos, sino la discusión sobre asuntos importantes. Más aún, la identificación de asuntos públicos, temas que pensábamos en privado y creíamos que sólo nos concernían a nosotros, se convertían en asuntos públicos al airearlos en la asamblea. Lo que parecían asuntos privados se tornaban a su paso por la asamblea en problemas compartidos. La asamblea convertida en una máquina para producir problemas públicos. Al final de la asamblea, la moderadora cerró con un repaso a los consensos que se habían alcanzado y abrió un breve turno para consensuar la reunión de la próxima semana. Dio las gracias a todas y nos marchamos contentos con el fin de la asamblea.

Foto: Julio Albarrán

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