Cómo hacer un banco de semillas

El «campo» tal y como lo conocemos hoy en día tiene su origen en la interacción entre nuestros antepasados (con su mochila cultural, técnica, tradiciones…) y los factores ambientales propios de cada comarca. Debido a la presión humana, en los países occidentales prácticamente han desaparecido los ecosistemas vírgenes, aquellos en los que no ha habido ninguna interacción con los usos humanos (agricultura, ganadería, silvicultura, etc.). Nos tenemos que ir a zonas remotas del planeta para encontrar estos paraísos inalterados y, cada día, son menos.

La agricultura ha supuesto durante mucho tiempo la mayor introgresión en el medio natural, hasta el punto de transformarlo por completo y dar lugar a ecosistemas distintos y adaptados. Supeditados a las condiciones ambientales locales, los agricultores y agricultoras han ido ganando espacio al campo para poder implantar sus cultivos influidos por las costumbres, la cultura popular, las tradiciones, los gustos y la especialización de cada comarca.

La naturaleza que conocemos, por la que damos paseos, donde pasamos los fines de semana o las vacaciones, se ha ido conformando durante cientos o miles de años con una fauna y flora propios. Aunque la aparición de nuevos cultivos y técnicas de cultivo y explotación han ido variando el paisaje, los nuevos usos del espacio han pasado a ser muy estables.

Las semillas agrícolas eran un legado vital que se pasaba de una generación a otra en este agrosistema y permitía su perpetuación. Aunque las semillas se pudieran vender, la genética que albergaban en su interior era gratuita y se transmitía sin mayor problema por todo el mundo, al igual que las técnicas de cultivo. En las semillas que cultivaban nuestros abuelos y abuelas estaba acumulada toda la memoria genética de miles de años de selección.

Desde la aparición de la agricultura, (del latín agri ‘campo’, y cultūra ‘cultivo’, ‘crianza’), hace ya 9.000 años, los seres humanos hemos ido domesticando multitud de especies animales y vegetales para su uso en la alimentación, la medicina o en otras áreas. Las especies se domesticaron en determinadas áreas geográficas y, desde ahí, se extendieron a lo largo y ancho del mundo.

Pascual Trillo, J.A. El arca de la biodiversidad

Centros de origen de plantas cultivadas
Centro chino Centro mediterráneo
  • Soja (Glycine max)
  • Rábano (Raphanus sativus)
  • Nabo (Brassica campestris)
  • Pak-Choi (Brassica rapa var. chinensis)
  • Repollo Chino (Brassica rapa var. pekinensis)
  • Cebollín (Allium fistulosum)
  • Pepino (Cucumis sativus)
  • Apio (Apium graveolens)
  • Esparrago (Asparagus officinalis)
  • Remolacha (Beta vulgaris)
  • Nabo (Brassica campestris var. rapifera)
  • Repollo (Brassica oleraceae var. capitata)
  • Achicoria (Cichorium intybus)
Centro indio-malasio Centro américa central
Assam y Burma:

  • Berenjena (Solanum melongena)
  • Pepino (Cucumis sativus)
  • Yame (Dioscorea alata)

Indochina y archipiélago malayo:

  • Banana (Musa paradisiaca)
  • Pimentón – Ají (Capsicum annuum)
  • Cidra(Cucurbita ficifolia)
  • Zapallo (Cucurbita moschata)
  • Boniato (Ipomoea batatas)
  • Judía (Phaseolus vulgaris)
  • Maíz (Zea mays)
Centro indo-afganistano-asia central Centro sudamericano
  • Haba (Vicia faba)
  • Mostaza (Brassica juncea)
  • Cebolla (Allium cepa)
  • Ajo (Allium sativum)
  • Espinaca (Spinacia oleracea)
  • Zanahoria (Daucus carota)
  • Pimiento (Capsicum annuum)
  • Calabazas y calabacines (Cucurbita sp)
  • Tomate (Lycopersicon esculentum)
  • Judia Lima (Phaseolus lunatus)
  • Judia (Phaseolus vulgaris)
  • Patata (Solanum tuberosum)
  • Mandioca (Manihot esculenta)
Centro cercano oriente Centro abisinio
  • Lenteja (Lens esculenta)
  • Lupino (Lupinus albus)
  • Okra (Hibiscus esculentus)
  • Berro (Lepidium sativum)

Variedades locales y diversidad agroecológica

La preservación de la naturaleza y su diversidad dependen, en buena medida, de los usos múltiples. En este contexto, las variedades locales están muy adaptadas a las condiciones de cultivo agroecológicas, con insumos de nutrientes orgánicos y, por supuesto, aclimatadas a los factores medioambientales de cada comarca (clima, suelo, agua, etc.). Cultivadas en policultivo (utilizando a la vez varias especies y variedades en el mismo lugar) son especialmente resistentes a condiciones ambientales adversas y a las plagas, con lo que evitamos impactos ambientales innecesarios.

Desde la aparición de la agricultura hasta ahora, unas 500 plantas han sido manipuladas por los humanos para servir de sustento alimentario a la población. Y, poco a poco, a través de diversos procesos de selección, nuestros antepasados fueron creando múltiples variedades en consonancia con los factores abióticos y culturales del entorno. La cantidad de variedades es ingente. Como ejemplo, sólo en Perú se estima que existen cerca de 4.000 variedades de patatas.

En cada localidad o comarca se han ido seleccionando variedades acordes con sus gustos, tradiciones o usos principales, como, en el caso de la selección de calabazas matanceras, utilizadas para elaborar chorizos. Y claro, los tempos y usos de los cultivos se han ido interiorizando en la cultura local.

En este contexto, las semillas forman una parte crucial, puesto que garantizan la supervivencia futura de estos agrosistemas. Y, como organismo vivo que son, facilitan la adaptación constante de las variedades cultivadas a los cambios que se pueden dar en el entorno. Así cobran especial importancia los esfuerzos por conservar in situ todas estas variedades. Es a nosotros a los que nos toca proteger y conservar el legado de nuestros antepasados.

Variedades de calabaza | Ecosecha

Amenazas

En la agricultura, los cambios globales ocurridos durante los últimos 150 años, han modificado radicalmente la configuración de la agrosfera mundial. Aunque son muchos los cambios a los que se está enfrentando el mundo rural, podríamos resumir en cuatro los que más daño están haciendo a los agroecosistemas, específicamente a las variedades locales y, por lo tanto, a la permanencia de una alta biodiversidad en los cultivos:

  • adaptación de los sistemas productivos a una agricultura productivista;
  • proliferación de sistemas de distribución centralizados y controlados por grandes empresas;
  • biopiratería o apoderamiento de la genética de los cultivos;
  • legislación no favorecedora.

La aparición de la maquinaria, la economía globalizada y de mercado y, más recientemente, la llamada «revolución verde» (absolutamente dependiente de la utilización de abonos químicos y plaguicidas) han generado que la agricultura se dirija hacia la alta productividad. Se ha generalizado el uso de variedades mejoradas a través de cruces selectivos o modificación genética, lo que está dejando de lado a las variedades locales. Las y los agricultores, estén de acuerdo o no, se han visto obligados a adaptar sus explotaciones a esta nueva realidad.

La agroindustria y la gran distribución son los actuales controladores del sector agroalimentario, bien mediante el control de todos los procesos productivos o los de comercialización. En el ámbito agrario, muy pocas multinacionales controlan buena parte del mercado de las semillas agrícolas y se apoyan en una legislación que les es muy favorecedora. Asimismo, en el ámbito de la distribución, unas pocas cadenas tienen el poder de fijar los precios y, sobre todo, de forzar al mercado a producir unas pocas variedades adaptadas a su logística, es decir, especies adaptadas a mantenerse en buen estado durante mucho tiempo en las cadenas de frío y distribución.

Por último, las nuevas variedades cultivadas se seleccionan a partir de variedades antiguas o silvestres, pero sobre una base genética mucho menor. Pueden ser más productivas, tener gustos preferidos por el consumidor actual o estar más adaptadas a los sistemas de distribución modernos. Y, más allá de estos condicionantes, lo que sí es cierto es que esa estrecha base genética las hace mucho más vulnerables ante los patógenos, la falta de nutrientes o de lluvia. Como agravante, las administraciones crean normativas de regulación que excluyen a los pequeños productores y hasta penaliza o dificulta actividades ligadas a la autonomía de los agricultores, como es el intercambio de semillas.

Colección de judías | Reserva de la Biosfera de la Sierra del Rincón

Estos procesos están haciendo que la diversidad cultivada disminuya año tras año, perdiendo por el camino miles y miles de variedades. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima que aproximadamente se ha perdido el 75% de la biodiversidad cultivada durante los últimos 100 años.

Todo este modelo genera la pérdida de suelo fértil, contamina los acuíferos y las aguas superficiales debido al uso de agroquímicos, empobrece los ecosistemas y por lo tanto la fauna y flora de su entorno. Y, en lo agrónomo, favorece la aparición de nuevas plagas y enfermedades, así como la pérdida de biodiversidad.

Frente a este modelo hay que rescatar otro menos dependiente de insumos externos, menos consumidor de energías fósiles, más adaptado a las condiciones locales de cultivo, más respetuoso con el medio ambiente y más generador de empleo de calidad. Eso hay que hacerlo con la potenciación de la producción local, el apoyo a los canales cortos, las relaciones directas entre consumidores y agricultores, apoyado todo ello en el conocimiento y la formación de todas las partes. Para ello las semillas son parte fundamental, pues garantizan la independencia de los productores y permiten crear una economía basada en el conocimiento y el cuidado del entorno.